El
francés aquí es un idioma raro. No, no es cosa del acento: que ambos habléis la
misma lengua no quiere decir que habléis de lo mismo sino de algo parecido.
Antigua
colonia del imperio francés, éstos lo único que les dejaron es un idioma pelín
cursi y un amor loco por los golpes de estado -es nuestro deporte nacional,
subrayan algunos entre risas-. Con el paso de los años, se han traducido en un
franchute oxidado por el calor del desierto y una interiorización radical del
concepto de autoridad.
Las
nuances y las formules de politesse se evaporan en el sofocante ambiente, y a
40 grados a la sombra, los nigerinos han decidido apostar por la economía
retórica y economizar vocabulario. “Quien bien te quiere, te ordena”
Con un
margen de error del 0,2%, me atrevo a apostar a que 9 de cada 10 chavales de
entre 1 y 20 años, que me cruce en los siguientes 15 minutos me exigirán al
pasar que "donne-moi cadeau" o que "il faut donner 100
francs".
No es una
cuestión generacional, niños o ancianos, cada uno en su estilo, intentarán
imponerte sus muestras de cariño a través de órdences claras y firmes. Tan
pronto se atacan a tu paquete de tabaco al son de "il faut donner
cigarette", que te plantan un enorme plato de arroz sauce arachide
y te invitan a “il faut manger, madame”. El caso es dar órdenes: en la
discoteca “il faut danser”, en el maquis “il faut boire”, en el
mercado “il faut acheter”, en la fada “il faut s’assoir”, y a las
cinco y media de la madrugada “il faut prier”. Il faut faire ceci ou
cela pero il faut.
Hablan
alto y claro en un francés un tanto raro, pero que mantiene lo esencial y les
permite llamar a las cosas por su nombre. Al pan, pan, y al blanco, blanco.
No se
andan con miramientos. Es más, se descojonan. Los niños se asoman a la puerta,
se agrupan y dan codazos a los más despistados, por si no se han dado cuenta de
que viene Uno. Cuando estás a la distancia adecuada, entre risas y susurros,
blanden en alto su menudo índice y disparan al unísono: “Anasaraaaaa”,
“anasaraaaaa”, “anasaraaaaa”. Y ya tienen de qué entretenerse todo el día.
En mi
barrio, por lo menos, conocen mi nombre; alternan “anasaraa” con una
montón de “palomaaaaa”, y otros apodos que han tenido a bien inventarse
como “pameeela”, “pmala” y un excesivo y largo etcétera.
Al
principio me ponía gafas de sol y hacía como que no había escuchado. Ingenua de
mí que, como lo veía todo más negro, no me daba cuenta de que yo seguía siendo
igual de blanca. Hasta que adopté su táctica y ahora les hago los coros, toda
digna, gritándoles "borobiiiiiii" (negro). Como contra ataque
no sirve, para ellos es el colmo del descojone, pero debe inspirarles algo de
ternura. Así, en vez de pasar a las piedras, si les contestas vienen a chocarte
las cinco a modo de reconocimiento por tu espíritu guerrero. Vamos, que me
siguen persiguiendo igual por las calles, pero con menos sorna y más
cariño.
Y a la
mínima que se descuidan, les suelto tan contenta: "toi, donne-moi
cadeau, toi". Lo que no contaba, claro, era que me los dieran.
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