Inch'Allah es, en Níger, la fórmula mágica para cualquier cosa, un poco como
nuestro Abracadabra.
Literalmente se traduce por “si Dios (lo) quisiera“ pero en su aplicación real tiene un matiz muy distinto, según el emisor, el receptor y el contexto, en el que, generalmente, Dios tiene poco que ver.
En Niamey puedes llegar a escucharlo unas ciento
cincuenta veces diarias:
Que necesitas el documento para mañana¿? Inch'Allah!
Que quedamos a las 8 en tal o cual lugar¿? Inch'Allah!
Que cuál es el horario de apertura del establecimiento¿? Inch'Allah!
Que mañana venimos a instalarte internet¿? Inch'Allah!
Personalmente, cada vez que me lo dirigen, me temo lo
peor. A estas alturas de la aventura
nigerina, he aprendido que la
mayoría de las veces viene más o menos a querer decir “ya veremos si me sale de
los huevos”. Volved a leer las preguntas con ayuda de esta traducción deandarporcasa y podréis haceros una idea de lo complicado que es intentar trabajar aquí. O cualquier otra cosa.
Después de 4 meses de duro aprendizaje, y agotamiento de la energía vital, ya empiezo a entrar en el Inch'Allah mood: paso un poco más de todo, y a veces me aprovecho de las ventajas de la fórmula mágica. Tan así son las cosas, que he empezado a usar la expresión con bastante asiduidad. Quizás demasiada, con esa ingenuidad del
extranjero que buscar integrarse en la ciudad y mostrar respeto por la cultura local. Hasta ayer, cuando me di cuenta del
poder de la fórmula mágica, que por algo es mágica y no se debe abusar de ella tan alegremente.
Ayer, así sin quererlo
ni na’, me convertí al Islam. Musulmana oficialmente reconocida en algún pueblo
perdido de los alrededores de Niamey, nombrada por un taxi-(i)man rebosante de
fe proselitista por los cuatro costados.
Me explico. Resulta que me monto en un
taxi y, como es habitual, inicio una conversación bastante superficial con el conductor, con el objetivo de ampliar un poco
mis escasas nociones de djerma (unas
de las lenguas del país, mayoritaria a lo largo de la orilla del río Níger y
especialmente en la capital, Niamey). Íbamos hablando de la salud, de la
familia y del trabajo, que poco más he aprendido. Cuando le explico que estoy en paro pero que Inch'Allah pronto encontraré algo (insisto, por aquello de acercarme
a la cultura local),
el tipo en cuestión frena en seco el vehículo y me mira ojiplático, como en estado de
shock.
Primero, porque aquí no hay muchos
blancos en paro. No hay muchos blancos a secas, así que el factor sorpresa es
elevado, digas lo que digas.
Segundo, porque me encomiendo au bon dieu en mi búsqueda de oportunidades
profesionales.
Según el taxi-(i)man, después de haberlo
hecho, he encontrado, en ese mismo taxi y con él como testigo de mi fe, la
vocación musulmana. Así que después de plantarme una sonrisa y un rosario, pone
de nuevo el motor en marcha y, hasta que llegamos a mi destino, insiste para
que comience a aprender las oraciones. Yo intento explicarle, con todos mis
respetos, que no tengo (de momento) ningún interés en convertirme al Islam,
pero el tipo me suelta que ya lo he hecho y no hay marcha atrás. Y que le bon dieu se encargará de guiar mis
pasos, Inch'Allah!
Y ahí me quedo plantada, con el
rosario en la mano, pensando que la próxima vez, mejor me callo.
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